Refrescando los Reinos Mortales parte 3: La Era del Caos
Tras conocer las aventuras de Sigmar y su colegui Dracothion, toca aprender que no todo lo que reluce es sigmarita. Bienvenidos a la Era del Caos.
Los Dioses del Caos en Sigmar no difieren mucho de su versión cuarentona, salvo unos pocos detalles: son 5 (o 4¼ si nos referimos a su poder y presencia en el trasfondo), Slaanesh, Khorne, Nurgle, Tzeentch y la Gran Rata Cornuda.
La segunda diferencia principal es que Slaanesh, en este punto temprano del Lore se encuentra encadenado, y no, no es parte del rollito sado que le gusta. Vamos a ver qué le pasó antes de meternos en faena:
Slaanesh, como buen dios del exceso, la obsesión y el perfeccionismo, está encaprichadísimo con los aelfos, que por su personalidad orgullosa y arrogante son un caramelito.
En los últimos estertores del Viejo Mundo, Slaanesh se atiborró de almas aelfas hasta el punto de consumir prácticamente todas. Para que el Dios del Exceso quedase saciado imaginaos el festín que se dio.
Como aprendimos en el capítulo anterior, Tyrion, Teclis y Malerion consiguieron sobrevivir a la zampada y renacer en los Reinos Mortales como Dioses. Junto a ellos sobrevivió también Morathi, madre de Malerion, pero por jugarretas del destino se le quedó a medio camino eso de ser Diosa. Spoiler, no se lo tomó nada bien.
Mientras Sigmar estaba por ahí repartiendo mamporros, el panteón aélfico se dedicó a buscar las almas aelfas, encontrando la gran mayoría en el barrigón del Dios del Caos. No tenían mucha esperanza de recuperarlas hasta que encontraron un submundo entre Hyish y Ulgu, entre los reinos de la Luz y las Sombras: Uhl-Gysh.
Los Dioses de la luz no pueden ir al Reino de la Sombras y viceversa, pero en este vacío legal pueden convivir todos, así que el Equipo A-élfico de Dioses se usaron a sí mismos como cebo para atraer a Slaanesh a este pequeño limbo. El plan funcionó, y al estar el Dios Oscuro tan atiborrado e hinchado de almas resultó presa fácil y no pudo escapar de las cadenas.
Cual piñata, los Dioses Aelfos se dedicaron desde entonces a ir extrayéndole las almas del interior, y a repartírselas entre ellos como si fuesen cromos, teniendo ahora la capacidad de crear aelfitos a su gusto.
La Era del Caos
Los Dioses Oscuros se estaban frotando las manitas con los Reinos Mortales que estaba diseñando Sigmar. Hasta que las primeras civilizaciones no se asentaron, los Dioses del Caos eran desconocidos para la población.
Los rezos desesperados a la nada del que ha visto morir de enfermedad a su familia eran escuchados por Nurgle, el tramerillo que quiere destronar a su señor y ocupar su lugar era entretenimiento para Tzeentch, el esclavo que liberaba sus cadenas en un ataque de ira matando a sus captores alimentaba a Khorne y cuando los aristócratas se aburrían de sus orgías ahí estaba Slaanesh para inspirarlos.
A medida que la civilizaciones avanzaban, más y más mortales caían a los susurros y promesas de los Dioses Oscuros en busca de poder e inmortalidad. Solo que nadie les leía la letra pequeña de que esa eternidad iban a vivirla como siervos, no como señores.
Los Dioses del Caos lo tenían todo hecho, no necesitaban recurrir a invasiones ni despliegues de poder, los mortales se lanzaban directamente a sus brazos a puñados. Poco a poco los palacios se volvían núcleos de corrupción y las guerras civiles encharcaban ciudades enteras en sangre, y el nivel de violencia y desenfreno caótico alcanzó su summum rasgando el propio velo entre Mundos. Estas fisuras permitieron a los Dioses Oscuros comunicarse directamente con los Reinos y mandar a sus siervos, los Daemons. Los Reinos Mortales habían sido condenados.
Terrenos de caza
Cada Dios del Caos tiene su Reino favorito, y la entrada triunfal de cada uno varió de territorio en territorio.
En Aqshy, cuyas naciones eran las más belicosas con diferencia y donde el bando ganador nunca hacía prisioneros la guerra se veía como un ritual. El culmen de violencia desenfrenada tocó techo en el Torneo de Campeones de la isla Clavis, con Threx Marcacráneo a un lado y Korghos Khul al otro. El choque de ambos bandos desató semejante masacre que se crearon, literalmente, ríos de sangre. Este evento de violencia inconmensurable rasgó la propia realidad, permitiendo que los Demonios de Khorne invadiesen los Reinos Mortales por primera vez.
En el caso de Ghyran la cosa fue un poco menos sangrienta. Como buen paraíso fértil, allí todo crece y se reproduce rápidamente. Todo muy bonito y fantástico hasta que lo que se propaga y expande a velocidades vertiginosas son los patógenos, parásitos y enfermedades. Al infectar y condenar a todo bicho viviente que se arrastrase, la desesperanza alcanzó niveles tan altos que la invasión Demoniaca no se hizo esperar.
En Ulgu, un Reino de sombras y oscuridad donde es imposible no perderse tras cada paso, el Caos no encontró buen material. Los demonios que llegaron allí se desmaterializaban al no poder consumir las energías oscuras que los crearon. Además, el propio Malerion se dedicó a espantarlos con sus truquis de Señor de las Sombras. Lo único caótico que pudo más o menos arraigar allí, fueron los Skaven, que pudieron esconderse royendo la propia realidad.
Así fue como dio comienzo un terrible bucle sin salida: para poder sobrevivir a la locura caótica que se había desatado, los mortales rezaban y se rendían a los Dioses Oscuros, alimentando aún más su poder.
Sigmar no daba abasto, por cada batalla que ganaba perdía otras doce. Pudo a duras penas enfrentarse a los Tetrarcas de la Ruina (los 4 Grandes Demonios) por separado, pero había alguien más listo que él: Archaon.
Durante décadas se dedicó a reunir las fuerzas de los cuatro dioses a su causa, Tetrarcas incluidos, creando un ejército tan bestia que ni el más grande Waaagh se le acercaba mínimamente.
Así, Caos y mortales luchaban día tras día, creando pilas de cráneos del tamaño de montañas, que no hacían más que seguir honrando a los Dioses Ruinosos.
Desesperado, Sigmar volvió a enfrentarse a los Tetrarcas, parecía que podía ganar ya que, aunque unidos bajo una misma bandera, la de Archaon, eran tan orgullosos que eso del juego en equipo no se les daba demasiado bien.
Cuando Archaon vio aquello, arqueó la cejita y descendió escoltado por sus Varan (dando pie a la que es una de las ilustraciones más espectaculares de todo AoS).
En ese momento Sigmar le lanzó a Ghal Maraz con todas sus fuerzas, matándolo de un golpe…
Casi cuela, ¿eh? pues no, todo era una jugarreta, una ilusión, que hizo que el martillo sagrado atravesase la rasgadura de la realidad y acabase perdiéndose en el vacío. UPS.
Sigmar había perdido estrepitosamente. La única alternativa que vio fue retirarse al Reino de los Cielos y sellar las puertas de Azyr, protegiendo a los suyos pero condenando por completo al resto de los Reinos Mortales.
La era dorada de los Mitos había terminado, dejando paso a la cruel y sangrienta Era del Caos.