Relatos de los ejércitos que lucharán este domingo en la Guerra por Todaspartes

El trasfondo de los ejércitos que combatirán el domingo por dominar Todaspartes es hoy protagonista del último día antes de la batalla.

Aquí presentamos varios de los relatos más interesantes, y al final hay un enlace con todos los que han recibido un punto de torneo por haber cumplido las bases del torneo con respecto al relato.


LA VENGANZA DE LA CASA MIL, de David Rodríguez

Corren tiempos oscuros en Barlindbur en el Reino de Ghur.
Los leñadores de la aldea han sustituido sus herramientas por hachas de guerra. Los caminos están
repletos de bandidos y en los campos sembrados solo medran malas hierbas. Tras la desaparición de
varias personas en la aldea, el jefe Kottar ha decidido ir a buscarlas personalmente en contra del
consejo de la vieja Yuca, una bruja local que se encarga de velar por las cuestiones místicas del lugar.
Yuca: “Tengo un mal presentimiento Kottar, no debes acercarte allí. El lugar está maldito”
Kottar: “Debo internarme en el bosque y encontrar a nuestros parientes Yuca, no lo entenderías. Es
mi deber”
El valeroso jefe escoge a un par de guerreros y se interna en el bosque. Jotnar, un tipo grande y
musculoso de mandíbula cuadrada y Garto, más bajito, pero igualmente fibroso. Ambos portan
espadas melladas y viejas cotas de malla. El viaje a través de las profundidades del bosque se torna
siniestro rápidamente. Luminarias extrañas persiguen por la noche al grupo de guerreros
impidiéndoles descansar. El bosque se ha convertido en un extraño laberinto de troncos, zarzales y
agua estancada. Después de tres días, finalmente encuentran un claro con un gran portón de mármol
pulido.
Repentinamente, el portón se activa y una luminiscencia espectral llena el claro. Un gran carruaje
sale de allí seguido por varios caballeros. Todos ellos cadavéricos, todos ellos muertos. Kottar quiere
gritar de terror pero algo se lo impide. De la fantasmal procesión el último en atravesar el umbral es
un caballero montado en un pegaso de alas espectrales. El terrorífico ser mira directamente a Kottar
y sus guerreros.
El jefe no se lo piensa dos veces y, en su delirio, ordena una carga de frente. Garto es atravesado por
varios caballos espectrales y consumida su carne hasta que solo quedan unos huesos en pie. Jotnar,
cercado por más de diez guerreros fantasmales ve como tras sufrir terribles heridas un rayo cae del
cielo directamente sobre él, llevándoselo o vaporizándolo.
Kottar, humillado, suelta sus armas y se estremece. El cadavérico general se acerca a él y se baja del
pegaso. Con voz profunda pregunta:
Mil de Van Houten: “Disculpe mortal, ¿ha visto a Sali de Van Houten por estos lugares?”
Kottar está incrédulo ante la pregunta: ¿Cómo?
Mil de Van Houten: “Creo haberme expresado bien, ¿ha visto a Sali de Van Houten? ¿la conoce? No
se habría olvidado de ella fácilmente.
Kottar no sale de su asombro y solo es capaz de articular un breve “No”.
Mil de Van Houten: “¡Caballeros de la Casa Mil! Sali no está aquí, debemos seguir buscando en otro
lugar. La encontraré, Nagash me la ha negado, pero recolectaré suficientes almas para buscar en
todos los reinos”
Tal como ha llegado, el ejército vuelve a cruzar la puerta y ésta se cierra dejando tras de sí a Kottar
solo en el claro. Tambaleándose vuelve al pueblo…
… Lejos de allí, en Shyish un orbe negro se apaga. Un inmenso esqueleto se revuelve en el trono
dentro de la pirámide invertida. Una carcajada espectral e intensa. Nagash se dirige a uno de sus
súbditos:
“Het u gesien Dikwels nutteloos, wat ek by freakwars gaan lag”


EL DESPERTAR DE LA DIOSA DE LA LLAMA AZUL, de Alicia Fachal Fernández

“Nora, ¿quieres ayudar a tu abuelo y traerme los rollos de papiro?” dijo el anciano con tono cariñoso.
Asentí y no le hice esperar, se los traje lo más rápido que pude. Vi como salía por la puerta y se dirigía
hacia la imponente mujer en armadura, aún con la celada bajada, que tenía en vilo a toda la aldea. Mika
me había dicho que eran un grupo de extranjeros devotos de Sigmar que habían llegado a la isla con la
promesa de aniquilar a la bestia tirana que aterrorizaba Heligia, mientras que el padre de Kosh había
tratado de alertar a todos diciendo que se trataba de una nueva señora del Caos, que venía para sustituirla.
El abuelo no me había dicho nada y había estado muy serio desde la última vez que volvió de las ruinas la
semana pasada. Apenas comía y su forma de ser había cambiado mucho. Ya no contaba sus cuentos a la
luz de la hoguera comunal y pasaba horas encerrado en la Capilla de los Huesos.
Una humareda de polvo, levantada por los caballos de los visitantes, empañó la vista del atardecer
aqshiano. El abuelo se había ido con ellos en dirección a las ruinas y no podía dejar de preocuparme por
él. Cogí la lanza y el arco y salí corriendo por el atajo, pero aún así el camino era largo, por lo que para
cuando llegué, era de noche.
En el interior del anfiteatro en ruinas había surgido un improvisado campamento, rodeado por una extraña
escena: centenares de personas cavaban en plena oscuridad sin necesidad de luz. Nora no entendía qué
estaba viendo, solo que debían de haber estado cavando mucho o que eran muy rápidos, porque jamás
había visto el enorme agujero que ahora ocupaba el centro de las ruinas. Pude vislumbrar al abuelo, que
usaba una luz danzante para iluminar su camino. Iba acompañado de la imponente mujer en armadura,
ahora sin casco. Pude vislumbrar desde la distancia su rostro cetrino y su pelo rojo sangre. Avanzaban a
pie por la rampa en espiral que descendía por el agujero y vi como poco a poco bajaban hasta que les
perdí de vista.
Conseguí pasar desapercibida entre los excavadores, que no emitían sonido alguno. Llegué al fondo del
pozo y me adentré en el largo túnel que también habían horadado, en el interior de la ceniza. Había estado
en las ruinas centenares de veces y había memorizado las historias de sus antiguos inquilinos: el rey
Enestor de la Llama, destructor de los bárbaros lutenses, los caballeros del Escudo de Sigmar, que habían
traído la prosperidad a la isla de Heligia, y cómo olvidarse de la trágica historia de la diosa. Especialmente
esta última era su historia favorita:
Hace muchos milenios, en la Era de los Mitos, los antiguos heligios adoraban a la diosa Lunal de la
Llama Azul, divinidad del fuego azul, de la caza y la sabiduría. Bendecía a aquellos diestros con el
arco e iluminaba las mentes curiosas que se atrevían a tratar de entender el mundo. Su marca
personal era el fuego azul, que arde con mayor intensidad que el fuego rojo. Un día que salió de
caza, su reinado llegó a su fin cuando repentinamente fue herida de muerte por los cuernos de un
jabalí. Con su última voluntad, pidió a sus sacerdotes que introdujeran su cuerpo en un artefacto
arcano con forma de redoma y que lo sellaran para que se recuperara de sus heridas. Antes de que
fuera sellado, advirtió que no se abriera hasta que pasaran 6.161 años exactamente o un terrible
mal sería desatado. Así hicieron y pasaron tantos siglos y milenios que su recuerdo se convirtió en
leyenda. Las historias del regreso de la diosa se contaron durante generaciones y quedó como un
resquicio de esperanza al que los heligios se atenían en tiempos turbulentos.
Sigmar pasó a convertirse en la nueva divinidad principal para llenar su vacío y fue el dios
de la isla durante 5000 años. Pero la Era del Caos había traído la desesperación a la isla de
Heligia. Centenares de barcos cargados de hombres y bestias saqueaban día tras día sus
costas, acabando con la prosperidad anterior. Los heligios comenzaron a acordarse de su
antigua divinidad y así surgió el ejército azul: hombres y mujeres, guerreros todos ellos,
consagrados a la diosa Lunal, con la idea de abrir la redoma que contenía su esencia a la
espera de recuperarse de sus heridas. El presagio de un hombre loco había dicho que no
era necesario esperar los 6.161 años y que se debería de abrir en casos de extrema
necesidad, como lo era aquel.
Poco a poco se fueron haciendo con el poder y Lunal se convirtió una vez más en la diosa
protectora. La ciudad principal de la isla estaba siendo sitiada por las hordas del Caos
cuando los cabecillas del Ejército Azul iniciaron la ceremonia de despertar a la diosa. La
redoma fue abierta antes de tiempo y la esencia de la diosa salió despedida como la lava
de un volcán en erupción. La explosión destruyó y abrasó la totalidad de la isla
cumpliendo su cometido, puesto que las bestias caóticas habían sido destruidas, al igual
que el resto de la isla. Una gruesa capa de ceniza cubrió la ciudad y permaneció así hasta
hoy, 6.161 años desde el cierre de la redoma…
Entonces caí en la cuenta, ¿estarían relacionados los eventos de la diosa Lunal y queesos extranjeros
hubieran venido hasta aquí? Avancé por el túnel, bañado por una lejana luz pálida procedente del interior
de una gran estructura. Entré sigilosamente y me deslicé por las ruinas hasta que pude ver otra vez a mi
abuelo. No podía ser. Estaba delante de lo que parecía un antiguo vaso de alquimia de enorme tamaño.
Mucho más grande que cuatro cabañas juntas. ¿Sería acaso la antigua redoma de la diosa? Una leve luz
blanquecina emanaba de la estructura hasta que mi abuelo la tocó con las manos desnudas. Entonces la
luz empezó a volverse de un azul cada vez más intenso. Les escuché hablar:
“Solo nos hace falta una cosa más” comentaba el anciano, como parte de una conversación más larga la
cual no había escuchado entera, “el sacrificio de un devoto”.
“Helo aquí” afirmó la mujer en armadura desenvainando su espada y partiéndole de un tajo, “Arkhan el
Negro así lo quiere”.
Comencé a llorar descontroladamente, pero me cerré la boca con fuerza mientras las lágrimas corrían por
mi cara. El hombre que me había cuidado desde que murieron mis padres, ya no estaba. Yacía en el suelo
inerte. Y no podía expresar toda la rabia que sentía o me podrían oír y yo también estaría muerta. No
entendía qué había pasado ¿Por qué su abuelo se había vinculado con esos extranjeros? ¿Por qué le
habían matado? ¿Por qué parecía que sabía lo que hacía? Eran demasiadas preguntas a la vez.
La redoma comenzó a parpadear y un grito de agonía se formó en su interior. Una sustancia azul viscosa
comenzó a emanar de las rendijas del metal roto y a verterse sobre el suelo de la cámara. Brillaba con
intensidad solar y pronto comencé a ver a los extraños excavadores que habían taladrado el túnel hacia
esas ruinas. Contemplé una miríada de antiguos esqueletos en pie, como si hubieran vuelto a la vida. La
escena se iba volviendo aún más horrible por minutos.
La extraña mujer de la armadura, asesina de mi abuelo, elevó un cántico al que se sumaron los muertos
andantes. Todos gritaban al unísono: “¡Nagash! ¡Nagash! ¡Nagash!”. El parpadeo comenzó a acompañarles
el ritmo y a parpadear a la vez que cantaban. De repente, la redoma aceleró sus parpadeos hasta que se
encendió como si de un sol se tratase. Era imposible ver nada. Y, de repente, de un fogonazo todo se
apagó.
Tardé en recuperar la vista, pero si hubiera sabido lo que me encontraría, casi hubiera preferido no haberlo
visto jamás. Legiones de esqueletos engalanados de azul y fantasmas etéreos emprendían un desfile en
dirección a la salida del túnel. Podía reconocer a muchos de los personajes de las leyendas que me habían
contado de pequeña o lo que más bien parecían parodias macabras de ellos mismos. Los antiguos héroes
del pasado, defensores de la isla de Heligia, convertidos en siervos de carne putrefacta.
Entonces es cuando vi mi oportunidad. La mujer de armadura y pelo rojo estaba de espaldas, no muy lejos
de allí. Si le atacaba desde arriba, su cabeza quedaría a la vista para que le ensartara una flecha y la
matara. Igual eso acabaría con aquella pesadilla y podría vengar a su abuelo. Trepé un muro de escombros
y me posicioné en un lugar donde tenía una visión clara de su cabeza. Apunté con el arco y disparé. La
flecha silbó atravesando la cámara y terminó fallando. Entonces fue cuando todo estaba perdido. Ella se
dio la vuelta y avanzó hacia mi posición. Sus ojos se habían vuelto de un color azul intenso y los tenía
clavados en mi. Quedé paralizada por el miedo.
Se colocó delante de mí, sacó su espada y me atravesó el pecho. Mi boca comenzó a llenarse del sabor
cobrizo de la sangre y mi visión comenzó a desvanecerse rápidamente. Me derrumbé en el suelo y
escuché cómo se reía de mi. Pero ya no podía hacer nada. Fallecí sin la posibilidad de vengar a mi abuelo,
con un millar de preguntas y habiendo fallado mi tiro perfecto.
No sé cuánto tiempo pasó, pero la impenetrable negrura dio paso al sonido del trueno. Todo lo que me
envolvía se volvió luz y me bañó un agradable olor a ozono. Yo flotaba en el vacío mientras contemplaba
delante de mí un gigante de cara barbada y armadura de oro brillante que me sonreía y me decía “No
desesperes hija mía, yo te devolveré la oportunidad de tener otro tiro perfecto”, pronunció con gran
estruendo. “Las hordas de la Muerte han tomado tu isla y la han convertido en su puerto seguro desde el
que lanzan ataques y siembran el terror. Ayúdame a retomar Heligia”. Contemplé su mano extendida, en
gesto de ofrecimiento y no me lo pensé demasiado. Extendí mi mano y toqué la suya.


EL KARAK QUE CAMINA, de Enrique Ladera

Un murmullo recorrió la húmeda caverna cuando los dos guardias de honor arrastraron la piedra rúnica hasta
el centro de la cámara. La luz de las antorchas tilitaba, y el bronce de los yelmos, de los escudos y de las runas
destelleaba en la fría oscuridad. Un viejo barbalarga de Escudodorado tosió, rompiendo el silencio.
Los duardin del Karak que Camina aguardaban.
– ¡Hermanos! – Gritó un viejo enano subiendo a la piedra. – ¡Es la hora, hermanos! – Su barba era más larga
que la de ninguno allí presente, y su vieja capa tenía los bordados tan finos que uno podría perderse
mirándolos. – Todos me conocéis bien. Todos conocéis al viejo Ulrik el Embarrado. – Asintieron, atusándose
el bigote y las sendas barbas.
“¡Durante décadas hemos sido ignorados! Desde que llegaron los demonios a nuestra vieja tierra, la tierra
del querido metal, y nos obligaron a abandonar nuestros hogares… ¡Hemos sido perseguidos! ¡Hemos sido
asesinados! ¡Hemos tenido que huir a esta nueva tierra! Y en esta nueva tierra… ¡Hemos sido rechazados!
El murmullo volvió a escucharse en la caverna… un murmullo de indignación.
“Vinimos aquí, a emponzoñarnos en sus pantanos, a sufrir sus miasmas… ¡y nos repudiaron! Condenados a
vagar por el páramo, por el lodo, ¡durante años! ¿Y dónde estaban los Hijos de Sigmar? No estuvieron
cuando cayó nuestro hogar en Chamon… ¡No estuvieron cuando el barco de los Caídos se embarrancó en
las cumbres y lo asolaron las ratas!
“Tampoco estuvieron los piernaslargas cuando el Karak de Ramas fue quemado por demonios del
cambio… ¡ni cuando cayó el fortín de Escudodorado!
“¡Fuimos olvidados!”
El murmullo que había ido creciendo durante la arenga, ahora eran voces de aprobación. Las tropas, que
habían sido nombradas por su rey, estaban henchidas de emoción, de indignación. Los rompehierros de Rocavieja y la
Falange de Bronce golpeaban rítmicamente el suelo con sus escudos, bum-bum, bum-bum… Al fondo, los descendientes
del barco encallado, los Caídos de la Bruma, los imitaban con sus trabucos.
Ulrik tuvo que calmarlos antes de proseguir, pero el ritmo de los escudos seguía sonando, de fondo.
Bum-bum, bum-bum…
“Pero, aunque fuimos olvidados, hermanos… ¡No fuimos derrotados!
“¡No hicieron falta piernaslargas cuando resistimos al Puño Rojo! ¡Esos ogros fueron fusilados por las
Espigas de Bronce y asaeteados por las Espinas de Riscomellado!”
Ambas tribus vocearon y alzaron sus iconos.
“¡No vi yo a ningún dorado cuando las hijas de Khaine quisieron arrebatarnos nuestras carretas en Amol
Kar, y las Cicatrices Viejas aguantaron su embite!
Los viejos enanos procedentes de Ghur levantaron sus grandes hachas y aullaron.
Bum-bum, bum-bum…
“Y no vamos a olvidar las baterías… ¡Los cañonazos de la Humonegro aún duelen a la Rata Cornuda!
Las dotaciones de los cañones y del Draco de Madera se unieron a los vítores.
Bum-bum, bum-bum…
El resto de duardin, nómadas, desahuciados, el resto del Karak que Camina, comenzaron a golpear sus armas,
al ritmo de los escudos, al ritmo de los gruñidos…
Un cuerno sonó al fondo…
El Karak que Camina volvería a luchar.


RELATO de Guillermo Borrás

Prólogo

– Ezto ez una mierda.

El que hablaba era Garlok Muchaboka, uno de los tres orruks exploradores, el trío llevaba dos semanas buscando algún nuevo asentamiento que arrasar, pero nada, así era Ghur mucho desierto y poca diversión.

– Eh ziertoh solo hay boñigaz aquí y allá.

El que le contestaba era Gorgarr Pocozpiñoz, los tres iban recubiertos de armadura, si es que a un montón de chapas unidas a base de mamporros se le podía llamar armadura, era negra y roja lo que los delataba como miembros del clan Bloodtoofs. Montaban en gruntas, una clase de puercos del tamaño de toros y con muy mala leche.

El tercero era Grooz el taimado, lo llamaban así porque era de pocas palabras, se podría decir que era el más «aztuto» de los tres, fue él quien se dio cuenta antes.

– …….(jummm).

– Que miraz Grooz?, Dijo Garlok.

– Oztia Garlok mira que koza maz rara, respondio Gorgarr.

A unos cientos de metros más adelante algo se alzaba sobre la planicie, era un montón de rocas, unas encimas de otras formando una especie de arco, era antiguo, muy antiguo, a medida que avanzaban se daban cuenta de que era más grande de lo que habían previsto, el aire se hacía cada vez más denso hasta el punto de que prácticamente se podía palpar debajo del arco.

– Ezto no ez chatarra, no vale pa nah. Garlok no iba a callarse nunca y menos con algo nuevo delante.

– Zi y ez zinieztro no me guzta ni pizka, mejor vamonoz. Contesto Gorgarr.

Ambos siguieron el camino pero a pocos metros se dieron cuenta de que Grooz no los seguía, había tomado rumbo de vuelta al campamento, así que el dúo se encogió de hombros y lo siguieron, total, no iban a poder razonar con él.

Episodio 1, El campamento

El campamento ya estaba a la vista, llevaban algo más de una semana de vuelta. Grooz no había dicho nada pero estaba claro que quería informar sobre aquellas rocas tan raras, los montones de chatarra se apilaban cada vez más seguido al igual que la cantidad de orruks.

Cuando llegaron a mitad del campamento se dieron cuenta de que el jefe no estaba pero no tardaría demasiado en llegar, su montura Razok requería mucha comida y en el campamento era donde más había. Los tres estaban nerviosos, hablar con el jefe no siempre salía bien y algunas veces salía fatal todo depende del humor del jefe.

Poco más tuvieron que esperar, de repente el sol dejó de cegarlos y el zumbido era más que notable, Zogbak Realmrippa montaba a Razok un colosal Maw-krusha una especie de dragón musculoso con las extremidades superiores muy desarrolladas, todo el mundo se preguntaba cómo aquellas moles podían volar.

Nada más tocar el suelo Zogbak Realmrippa se fijó en el trío y bajo de Razok, dejándolo tranquilo para que comiera, él era el jefe pero ni siquiera él molestaba a un maw-krusha mientras come, Garlok fue el primero en intentar hablar.

-Zeñor… (bum!).

Unos cuantos dientes salieron despedidos, hoy no estaba de muy buen humor, así era hablar con el jefe, Garlok no se dio por vencido…

-Ibamoz por…(Plash!).

Un par de dientes más.

Garlok calló.

Creyendo que el jefe estaba más tranquilo Gorgarr tomo la palabra.

– Llevábamoz doz zem…(Crash!)

El mamporro se encuchó en todo el campamento y fue lo último que escucho Gorgarr ese día, a partir de entonces pasó a llamarse Gorgarr Zinpiñoz.

Grooz que estaba detrás de ambos sabía cómo hablar con el jefe, les había dejado hablar primero, por eso conservaba toda la mandíbula, el megaboss se fijó en él y solo cuando movió la cabeza Grooz habló.

-Portal, sudeste, semana y media.

Zogbak Realmrippa sonrió, eran buenas noticias, por fin un poco de diversión para  sus chicos.



LA TRIBU DEL PUÑO ROJO, de KrossaK
( Parte II)

El tuétano que mascaba hacía tiempo que había perdido su jugo, pero Bor-Ah-Zus
jugueteaba con él en su paladar, mientras contemplaba desde una gran roca el valle del Río Clot.
–Llevamos ocho días deambulando por los Nevergreen Peaks –pronunció en alto Hung-Gryh,
mientras se sentaba junto a su hermano–, no hay rastro del tal Kraakh, solo hay asquerosos Skavens.
–¿Ya te has cansao de comer rata, hermanito? –Bor-Ah-Zus escupió el hueso y se levantó,
mirando al otro Tirano.
–Prefiero un buen Halfling, son blanditos y regordetes. Me gustan como luchan en mi boca
antes de ser masticados. Pero me conformaría con algún humano. Aunque dudo que nadie de
Hammerhal o Fort Gardus se acerquen por aquí.
–Podríamos hacer una gran barbacoa con esas ciudades.
–Seh, no estaría mal. Necesitamos comida, oro y realmstones, además de que nuestra tribu
tiene que quemar algo pronto. Aún siguen kabreaos por los que cayeron bajo la acometida de la
Gran Inmundicia Gorbut y sus fétidos demonios… –Hung-Gryh giró la cabeza y miró hacia el
campamento. Pese a que el ambiente entre sus filas era tenso, sus guerreros trataban de divertirse.
Los Chikoz, los Orruks del fallecido Montapuerkoz, jugaban un partido de Blood Bowl contra los
Skavens que habían aprisionado durante días–. En el pasado pudimos contra uno de esos colosos de
Nurgle, ¿pero quién puede vencer a tres?
–Nadie, hermano. Al menos salimos vivos, pocos pueden decir eso. Aunque la tribu del
déspota Dan-Tegah no compartiera esa opinión cuando nos emboscaron. –Bor-Ah-Zus también
se paró a mirar el partido. Los Ogors se apostaban a los lados del improvisado terreno de juego,
impidiendo que los Skavens pudieran huir de allí. Una sonrisa apareció en su rostro cuando una
Alimaña que iba a hacer touchdown fue derribado por el disparo de un Maneater, el cual no quería
perder una apuesta–. Puede que quemar humanos sea lo mejor si el pekeñajo no sale de esa cueva
pronto…
–Er pekeñajo taz kushao y trae güenaz notiziaz –Zetaloko salía de entre una grieta en la
rocosa pared que había tras los dos señores Ogors. Estaba muy cambiado respecto a la noche en que
se adentró en los túneles de la montaña. Una gran seta brotaba de su cabeza y un pequeño Squig lo
acompañaba–. En laz kavernaz me tiborré de zetaz y piedrongoz, bebí der awaverde y la Luna
m’abló. Er gran Kraakh puedezperá, hapazao argo: er Pakto de Huezoz za rompío. Hay Ogorz
kabreaoz, los muertoz ya no rezpetan.
–Y habrá que enseñarles respeto. –sentenció Bor-Ah-Zus, acariciando la cabecita del
shaman Grot.
La Wyvern de Kurg, se posó en un peñasco por encima de los Tiranos. El nuevo Warboss Orruk
de la tribu descabalgó y se dirigió a sus líderes–. H’enkontrao una huezte de muertoz zerka.
Marshaban a la Realmgate del Zéptimo Yelmo. Llevaban kabezaz de Ogorz en laz banderaz.
Bor-Ah-Zus alzó su Ghyrstrike Gutgouger por encima de su cabeza y rugió al campamento–,
COMEOS A LAS RATAS Y COGED VUESTRAS ARMAS. NOS VAMOS DE CAZA.


Estos relatos en su formato original, así como el resto de relatos que han recibido un punto de torneo, están disponibles aquí.

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